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Que es una Grieta en el aire? No sé qué es a veces. Yo trepo por toda pared que encuentro en mi camino, cubierta o no ella esté de madreselvas o de espinos dedicados. Siempre detrás de las nubes, corriendo un cielo hacia su fin, poniendo de cabeza el mundo, dando vueltas como un satélite muerto; esto último porque lo hago sin corazón, solo planeando entre las sábanas de aire bajo las que el inmenso duerme. La bruma, cuando baja al bosque, abraza todos los árboles. No es siquiera amor. Aún el sonido propio del bosque desaparece entre las transparencias de su manto. El esfuerzo es vano si tratamos entonces de imaginar un perfume detenido, sorprendido en sus juegos amorosos con otras estelas; la poesía no es para árboles ni para brumas, muy seguramente para nada de lo que puede ser nombrado en ella. Suponiendo también que nada en esta tierra pueda ser nombrado, que el cielo no va a doblarse como un gigante ante el sonido invocador, reuniendo la vastedad de su pupila frente a ese rostro delirante que clama,-a veces las palabras parecen contener y otras son flechas contra el casco de un barco de guerra-, nada puede ser quitado de nuestra mente y puesto frente a los ojos secos. Lo sé, esto es un acertijo. Ya. No pasa nada. Duerme tranquila mi amada, sin ojos en la corriente oscura, un río como los que separan las estrellas habría que salvar para creer en el misterio de tal forma que fuera desentrañado del limo de nuestros corazones. Yo no soy a veces. Este es el secreto de uno que no duerme jamás. El único recurso de un hombre cuyo dios es él mismo para hallar una sombra en su jardín. La noche ya se hizo un hueco donde caben todas las almas atadas a un hilo que va a anudarse allá en el centro del mundo, sí, flotamos en una mirada encantada como globos que luchan por zafarse de la mano de un niño. Somos perfectos y redondos cual alucinación conciente. El frío empaña los cristales de mi cuerpo, sobre los que dibujo estupideces, cicatrices internas al descuido que solo yo habré de ver cada vez que respire, entre la propia niebla. Nadie recorre venenoso las calles de mi sueño, una gota de sangre que hubiere caído al agua de mi dulce muerte, así pasarás frente a mí como un fantasma, un paso que adelanta al otro por el solo hecho de no dejar caer un cuerpo donde ensuciaría la escena de inmaculada desolación con la que siempre cuento para entrar en el trance. El silencio ha sido recién inventado y nadie ni nada se atreve a loarlo por vez primera. ¿Quién osara pensarte, alma mía, en el centro de una joya pura como la idea a la que nos seduce el universo al pensarlo todo entero? La inmaculada concepción de esta memoria apenas alcanza para matar el tiempo sin remordimientos. Y a estas horas seguro dios está dormido, estamos por nuestra cuenta, es lícito morder cualquier fruto del paraíso aunque esté podrido. Hay una cuenta solo que no se detiene y está perdida en el pecho desde siempre. Unas alas pequeñas enlodadas en sangre que no se rinden. Solo frases sueltas que corren a esconderse despavoridas entre la maleza de gente tumbada en la noche abierta. Solo a veces. No es que pueda esto ocurrir de nuevo en otro tiempo. Ni siquiera podría ser recordado sin volver a inventarse casi todo, como siempre ocurre con lo pasado. Solo sé que el sol, esa idea lejana y temible, corre hacia mi frente inevitablemente en suerte de destino cósmico, en suertes echadas hace millones de años sobre rieles de oro que desaparecen en la noche antes del primer día. Y dice mi sueño que aún hoy cuando este ojo de fuego baja su párpado pretérito, las hadas oscuras vuelven a danzar por lo recóndito, por el único jardín a donde el escrutinio de este dios no llega, el corazón del hombre: ese ángel atrapado en la lava de una carne. ¿Cuántas veces tu desesperación y tu deseo te han llevado a ese jardín? Alma desnuda, si crees que está sola. ¿Por qué una? ¿Cuántos abandonos han visto bailar nuestros sueños en una noche sin fondo? Ninguna. La música se abrió siempre como una tierra hambrienta, con alas planetarias que viajan sin despegarse del suelo. No sucedió ni hoy, ni ayer, quizá nunca. Es un grano de arena que el viento no alcanza, pero que tampoco está dormido. Una mañana salí de tu cuerpo y entré en la luz despiadada como si hubiera nacido de nuevo, con el rostro en blanco, con los pies perdidos y un dulzor en la boca que nunca más me abandonó un instante. El susurro orgiástico de los pensamientos se había convertido en un dulce infierno, un lugar al que hubiera ido sin dudarlo de haber sabido cómo. Tu vientre. Una tumba de la que nunca querría salir tentado por la eternidad, perfectamente soñado, profundamente adormecido, definitivamente oculto de la vida. Ignorante de un sonido para nombrarte y hacerte mía, alma extraviada, los gestos de mi mudez si acaso son como un dibujo que se encuentra de pronto entre las estrellas, jugando con la imaginación, y al instante se reemplaza por otro. En mi mundo tu amor, tu carne, el espíritu que posee tu perfume morbífico, no tienen nombre, solo son sombras sobre el suelo sin razón alguna u objeto corpóreo de donde provenga su proyección. Y el ave, éste que soy, planea sobre los desiertos bajo el mismo cielo, esperando que su corazón se detenga al fin de los tiempos. Pero como nada se genera espontáneamente del aire, ni siquiera un inicio imperceptible de resquebrajadura, y mucho menos aún un delirio, que es una historia completamente desordenada… I La cabeza emplumada de esta serpiente que aún no encuentra su cola emerge de un mar convertido en pantano, los motivos de esto último siendo quizá muy parecidos a los eventos que traerá consigo esta turbia condición. Nada más puede decirse acerca del surgimiento de una razón conductora de un número de sucesos cuya naturaleza selectiva es siempre un misterio. El ángel emerge de los turbios sueños en donde la mortalidad lo acosa como un hambre, abre los oscuros ojos sin sobresalto ni intriga alguna porque sabe. Es un pequeño montículo de silencioso pecho, tendido de lado en un hueco crudo de la vastedad. Quizá el abrazo frío de todas las montañas no podía abarcar la llamarada serena de un vacío que quizá fue creado solo para guardar. Pero nunca había sentido su propio amor tan lejos de la piel como para sentirse en verdad solo. El agua es un esqueleto sobre otro mar que apenas bajo la atracción solo vuelve a su orilla. La piel está por fuera. Puede decir la noche que estás dormida, o sobre tu ángel pesa un latido, una máscara ardiente que sueña, añora el cielo helado. Yo di mi sangre a la luna sin pretérito y volví para anunciar que la muerte no es un sueño. Nada vuelve a ser. Es la miseria del hambre lo que llena los vacíos apetitosos, la fatalidad rechaza la dicha hacia nosotros. El dolor le trae un placer que se pavonea frente a su miseria y duele como un hambre divina. Sé que odiaría estas palabras si pudiera leerlas, tanto como aborrece su propia carne condenada por lo supremo a arrastrarse por los suelos. Pero afortunadamente está atrapado en su esfera donde el tiempo es inmenso. Recorre un camino por el que jamás podrá encontrarse con nadie, y en eso al menos nos parecemos como dos estrellas que se mueven en torno al mismo hueco. Solo a través de los ojos del ángel sé que la belleza existe, como a través de una cerradura la curiosidad y la fascinación aumentan. Nada de lo que está completo engaña al corazón precipitándolo en el vacío. Si acaso la tremenda desnudes de la tierra, callada frente a los ojos como un cadáver hermoso, produce la alucinación de este mundo. Y el ángel si hay algo que no puede ver con sus vacantes profundidades es el mundo tal y como lo ve el hijo de dios. “Quien quiera que esté en el cielo o bajo la tierra, sin haberse aún quitado los ojos, manchando su corazón con este silencio, calle luego su mente, pues este latido no debe salir del cuerpo. Aquel que dice la verdad, miente siempre. Y quien habla como un profeta está enfermo. Mis espinas hieren el cielo negro que hay bajo este otro cielo, y mis pensamientos están en todas las cosas; no hay vientre que no haya rasgado mi venida.” Así, murmurando en las alturas de su prístina mente, de los desolados y hermosos castillos aéreos donde solo planea el espíritu como una ráfaga y existe lo perfecto absoluto de todas las cosas, descendió el ángel, recogió sus alas del suelo y siguió camino a campo traviesa rumbo a las montañas ya no tan lejanas. Dejando tras de sí, en estado de descomposición, un cuerpo enorme de serpiente formado por miles de nubes pequeñas que el sol había lamido al despertar con áurea adoración. El mundo está hecho de carne Tus ojos yo sé, dan al cielo. Adonde iría este soplo cercado de barro, la intención de un cosmos colmado hasta el hartazgo, esta semilla cerrada hasta el día del juicio, este calderón eterno colgado de la primera belleza del mundo hasta que el gran intérprete resuelva su soledad en un acorde final? No hay llaves para los ojos que ya fueron abiertos.
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